Pues, señor, había un muchacho llamado Juan Bobo, único hijo de su padre y
madre. Una mañana de verano la madre de Juan Bobo lo envió a buscar sal a la
tienda de don Yeyo. Juan Bobo se fue pero no regresó en un buen rato. La madre
desesperada lo buscaba y por fin lo encontró jugando con sus amigos. Lo cogió
por la oreja y se lo llevó a casa.
--Madre,
madre, no me pegue, no me pegue; fue que se me olvidó.
--Se
me olvidó, se me olvidó, si siempre es lo mismo; si no tienes remedio.
Juan
Bobó lloró y lloró. Luego se quedó dormido.
Por la tarde la madre lo
envió a casa de su comadre por una medida de medio almud para que su esposo
pudiera medir las habichuelas, el arroz y el café que había cosechado.
--Mira,
Juan, tráeme esa medida. Y no te quedes jugando porque si se te olvida, te mato
con la pela que te voy a dar.
--Sí
madre, si yo nunca juego.
La madre le hizo repetir
una y otra vez, «medio almud, medio almud...» para que no se le olvidara. Le
dijo que no dejara de repetir lo que se le decía. Y Juan Bobo repetía y repetía:
--Medio
almud, medio almud, medio almud.
De camino a casa de la
comadre pasaba por una finca grande donde el dueño recogía una gran cosecha de
habichuelas. El hombre decía:
--Tendremos
una gran recogida este año, recogeremos como...
Iba a decir una cantidad
grande pero en ese momento pasaba Juan Bobo repitiendo:
--Medio
almud, medio almud... El hombre le dijo:
--No
hagas bromas, amigo, que eso trae mala suerte. Pero Juan Bobo continuó sin
hacer caso:
--Medio
almud, medio almud...
--Mira
que no me gustan los bromistas. Pero Juan seguía caminando y repitiendo:
--Medio
almud, medio almud... El hombre indignado se le echó encima y lo castigó con
la correa, diciéndole:
--Repite
lo que te digo: «que salga mucho, que salga mucho, que salga mucho».
El castigo, el temor y lo
que su madre le había dicho se juntaron en la mente de Juan y salió de la
finca diciendo:
--Que
salga mucho, que salga mucho, que salga mucho...
Un poco después Juan topó
con un hombre que llevaba un gran saco de maíz. El saco tenía un roto por
donde se salían algunos granos de maíz, que Juan Bobo recogía y se comía.
Cuando el hombre oyó lo que Juan decía y vio lo que hacía, se enfureció.
--Mira,
muchacho, no me molestes, que tengo que vender este maíz y si sale mucho y se
pierde mis hijos no tendrán qué comer. Pero Juan Bobo no le hizo caso y
continuó comiendo y repitiendo:
--Que
salga mucho, que salga mucho, que salga mucho... El hombre le dijo:
--No,
que no salga ninguno, que no salga ninguno.
--Que
salga mucho...
--Que
no salga ninguno...
--Que
salga mucho...
El hombre puso el saco en
la tierra, agarró a Juan por los hombros, le pegó unos golpes, le jaló el
pelo, y le mandó:
--Di
que no salga ninguno.
Asustado el muchacho, de
nuevo se puso a repetir lo que se le decía, tal como su madre le había
indicado:
--Que
no salga ninguno, que no salga ninguno... y lo repetía y repetía.
Mientras, pasaba por un
charco donde unos jóvenes se estaban ahogando. Gritaban desesperados y todo era
confusión. Juan Bobo, preocupado por no olvidar la frase, no le prestaba atención
a lo que pasaba y seguía repitiendo:
--Que
no salga ninguno, que no salga ninguno, que no salga ninguno.
La gente allí parada y
los que se ahogaban pensaban que Juan Bobo era una persona perversa, a quien no
le importaba la suerte de los jóvenes. Por fin uno de los que se estaban
ahogando pudo salir del agua. Creyendo que Juan les traía mala suerte a los demás,
fue corriendo hasta donde estaba él, lo cogió por un brazo y le ordenó:
--¡No
digas eso, no digas eso! Pero Juan Bobo seguía repitiendo:
--Que
no salga ninguno, que no salga ninguno...
Entonces el joven agarró
a Juan y le apretó el dedo pulgar, y se lo siguió apretando.
--¡Ay,
ay, me duele, no me aprietes! --imploró Juan. El joven respondió:
--Di
que si salió uno que salga el otro; di, si salió uno que salga el otro, si
salió uno que salga el otro.
Así lo hizo y lo dejaron
marchar. Juan se alejó corriendo rápidamente. Mientras continuaba su camino,
decía:
--Si
salió uno que salga el otro, si salió uno que salga el otro...
En eso llegó al pueblo.
Cansado se sentó en un banco al lado de un tuerto con un ojo salido. Este
hombre era muy irascible y desconfiado. Los niños lo molestaban y él los
perseguía y atacaba. Por un rato Juan Bobo quedó callado respirando hondo por
lo cansado que estaba. Pero entonces dijo:
--Si
salió uno que salga el otro, si salió uno que salga el otro...
El hombre al principio no
le prestaba atención, pero luego se dio cuenta de lo que decía y se enfureció.
Agarró a Juan Bobo por la camisa y se la rompió. Juan echó a correr. El
hombre lo seguía por todo el pueblo, repitiendo insultos y malas palabras. Se
las repetía una y otra vez:
Juan Bobo, corriendo
corriendo llegó por fin a casa de la comadre de su mamá. Golpeó desesperado a
la puerta. Vino a abrirle el esposo de la señora, y con la prisa de entrar
tropezaron y los dos cayeron hechos un lío al piso. Juan Bobo no se había
olvidado de repetir lo que oía:
--Bruto.
--¿Qué
me dijiste?
--Caballo.
--¿Cómo?
--Animal.
--Cállate...
--Salvaje.
--Cállate,
te digo.
--Bestia.
--Pero
muchacho, ven acá.
--Renacuajo.
--Ah,
no, ya esto pasa de la raya, ahora verás.
--Imbécil.
El hombre fue a buscar el
fuete con el cual le pegaba al caballo. En eso su esposa viendo la situación y
entendiendo a Juan Bobo, fue y puso paz en la escena.
--Ven
acá, Juanito, ¿qué te pasa?
El le contó del tuerto,
y como pudo, lo que recordaba de los otros sucesos.
--¿Y
a qué te mandó la comadre acá?
--Pues,
pues, yo no sé, yo no me acuerdo.
Ella trató y trató de
que él recordara, pero fueron tantas las interrupciones mentales que había
tenido que no pudo.
La comadre le envió a la
madre de Juan Bobo unas cosas que tenía prestadas de ella y además le envió
unos regalitos-chucherías. Luego vistió a Juan Bobo como pudo, le dio comida y
lo envió de vuelta a su casa.